Llevo meses atrapado en una historia que necesito sacar. Es ciencia ficción de futuro cercano, pero también es una historia de amor entre dos hombres, y un relato de geopolítica con trazas de espionaje. Un poco Arrival, otro poco Soderbergh, una chispa de Garland…
Me descubro, a veces, en plena vida real, pensando: “joder, Javier, tú aquí comiendo tranquilo, con el follón que hay liado en China. ¡Y Wei perdido”!” La historia vive en mi cabeza con una intensidad que me inquieta y me absorbe. Me pasó con Santa Olalla, y me está pasando aún más fuerte con Wei.
Te cuento algo: he escrito ya 15 capítulos, algo más de la mitad, y hasta hace un rato no tenía título. Eso me tenía negro. Hasta me daba vergüenza. ¿Cómo puedes tener media historia escrita y aún no saber cómo titularla?, me preguntaba. Algunos nombres spoileaban el final. Otros despistaban del verdadero corazón de la historia. Y, de repente, me llegó. Como un bofetón: Wei.
No es el nombre del protagonista, pero sí de su motor. Es su amado. Es su misión. Alude a China, que es el eje geopolítico del relato, y tiene un significado especial en chino: poder, unicidad, soledad. Era perfecto.
¿Te apetece leer el primer capítulo? Ahí va, con borrador de portada incluido:
París, 2032.
Se despierta con un sobresalto, tres minutos antes de que suene la alarma. Parpadea, intentando aclarar la vista. Fuera, la vida ya ha empezado, aunque Álvaro, después de cuatro años en París, sigue sin acostumbrarse a los madrugones. A Wei, sin embargo, no le cuesta levantarse temprano. A esta hora debería de estar preparando el desayuno.
Es un momento especial para ellos dos, el más íntimo. A primera hora, los cuerpos aún retienen la lentitud y el calor del edredón, los abrazos se sienten más cálidos, piensa Álvaro mientras trata de agudizar sus sentidos. No llega ningún sonido de la cocina, tampoco hay olor a café ni el eco habitual del molinillo. No se escucha el murmullo del informativo chino en el móvil de Wei. Todo está en calma.
Instintivamente, acerca su cara a la almohada de Wei e inspira fuerte buscando su fragancia: jazmín con un toque salado. Él siempre ha olido así, al menos desde que se conocen. Recuerda a menudo el olor de Wei impregnado en sus manos, tras su primera noche de caricias e intimidad. Sin embargo, ahora no encuentra esa fragancia. La almohada está fría y la casa está en silencio.
—Weizi, cariño, ¿dónde andas?
Silencio.
—¿Wei? ¿Estas en casa? —insiste Álvaro, con voz inquieta.
De nuevo, silencio.
Trata de tranquilizarse pensando que su novio habrá salido a por huevos o leche. Nunca fueron muy organizados con las compras. Cuando vivían en el centro de París eso no era un problema, había bazares en cada esquina. Pero en el barrio nuevo tienen que andar cinco minutos para llegar a la tienda de comestibles más cercana. Mudándose a Neuilly-sur-Seine han perdido conveniencia y algo de vida social, pero han ganado la tranquilidad y la discreción que requiere trabajar en inteligencia privada.
Álvaro se levanta y, sin calzarse las zapatillas, se asoma a la cocina. Nadie. Después al salón comedor:
—¿Où es-tu, chéri? —dice en voz alta, casi gritando.
El silencio que tanto valora en la casa está empezando a hacérsele incómodo. Recuerda que su novio sube a veces a regar las plantas de la azotea, donde han construido un pequeño jardín íntimo con dos sillas y una mesita que recogieron de la basura. Desayunan ahí cuando hace buena temperatura y hoy ha amanecido soleado. Álvaro sube las escaleras agitado, con esperanza de encontrarle allí. Se asoma a la terraza, se acerca a la barandilla y mira a la calle. Nada, ni rastro de Wei.
Comprueba que no hay mensajes suyos en el móvil. Hay cinco del trabajo, a su móvil personal. Decide ignorarlo por el momento; “Wei va antes” dice para sus adentros. Le escribe un mensaje:
—Wei, ¿dónde estás?
Espera a ver si el mensaje llega a su destino, pero el icono permanece en gris, indicando que no ha podido ser entregado. Esto no había sucedido antes, Wei es una persona metódica y previsible, piensa. Está empezando a sentir presión en el pecho, a preocuparse de verdad.
“Necesito ir al trabajo. Puedo llamar a los amigos de camino, por si saben algo”, se dice. Se prepara un café a toda prisa. Ni piensa en ducharse. Vierte el café en una taza térmica y se coloca el auricular de trabajo. Sphere le lee los asuntos más destacados:
—Álvaro, tienes cinco mensajes urgentes y una alerta del trabajo. ¿Por dónde empiezo?
—¡Joder! ¡Léeme la alerta!
—China ha cerrado sus fronteras al tránsito de personas. Ha anunciado que deja de conceder nuevos visados de forma indefinida y solicita la evacuación del personal no chino en 48 horas.
—¡Pero qué me dices! —le grita, alterado, a su asistente digital— Léeme los mensajes, rápido.
—Son todos de Andrew, tu jefe, sobre el mismo tema de la alerta. Quiere que le llames con urgencia. Ha dejado un audio. Deseas que lo…
—¡Pónmelo, pónmelo!
—Álvaro, has visto lo de China, ¿verdad? ¿Cómo se nos ha podido escapar algo así, joder? ¿Qué haces que no estás aquí ya? Esto está ardiendo. Tengo a seis ministros de exteriores y cuatro presidentes en pánico, pidiendo explicaciones y amenazando con cancelar sus contratos. ¡Ven ya, joder!” —La grabación termina con una pequeña melodía de tres tonos.
Su anillo empieza a campanear y a mostrar un número rojo en la superficie dorada: 134 bpm. Sus pulsaciones se han disparado.
—¿Te pido un coche, Álvaro? —le dice su asistente digital a través del auricular—En este estado quizás no sea seguro que conduzcas.
—No, no, voy en automático. Los taxis siempre tienen problemas con el control de acceso. Sácame el coche al portal. Y pide a la central todos los informes recientes que hablen de China, resúmelo y me lo cuentas de camino.
—Me pongo a ello, Álvaro.
Toda la estabilidad que ha construido en el trabajo y en su relación con Wei, parece estar desmoronándose, o más bien saltando por los aires. Odia la sensación de perder el control, de tener que actuar a ciegas. Desde que su hermano menor murió, cuando aún era un niño, su vida ha consistido en ganar control y previsión. También en su trabajo.
“Todo se encauzará, todo se encauzará”, se dice a si mismo. Cierra los ojos, respira hondo y organiza mentalmente sus próximas acciones. Una mancha de color amarillo fluorescente le detiene. Es un post-it con la letra de Wei, pegado a la puerta de salida. Siente alivio. Se acerca. Lo lee:
No hay futuro para nosotros.
Te quise más que al tiempo.
—Wei
Su mirada se nubla. Siente el bombeo de la sangre en sus manos y en su cara. La nota caliente, eléctrica, como si un gran calambre se hubiese esparcido desde el corazón a todo su cuerpo. Siente pánico y pierde el equilibrio. Se apoya en la puerta para no caerse. Al hacerlo, la taza se escapa de su mano y el café se derrama por su pantalón. Está hirviendo, pero Álvaro no siente nada.
Esta no será una historia que comparta por aquí, no como en Santa Olalla o Mnemosyn. Pero sí publicaré alguna cosa suelta, reflexiones acerca del proceso, textos paralelos, parte de mi documentación… Si crees que le puede interesar a alguien cercano a ti, compártelo, me ayudará mucho.
A quienes seguís con interés este camino, a quienes leéis lo que voy publicando: gracias, gracias, gracias infinitas. Esto no es un hobby, es una catarsis, un desahogo, una obligación. Acompañándome le dais sentido a todo esto.
Un abrazo lleno de cariño.
Javier
Un comienzo prometedor!