Hace aproximadamente un año tuve que escribir uno de los guiones más importantes de Design Graduate, la formación online de diseño del Instituto Tramontana. No iba a ser un capítulo técnico, tampoco teórico. Ni siquiera iba a aportar conocimientos reveladores. Era un punto de vista, un marco de entendimiento, una posición necesaria acerca de nuestra profesión.
El Instituto no es una institución neutral. No dice lo que el mercado quiere oír, sino lo que necesita escuchar. Tampoco forma a los profesionales que el mercado demanda, sino los que lo van a mejorar. Nos recordamos eso todos los días, cuando elegimos profesores, programas o cuando escribimos guiones.
Diseño, ¿profesión u oficio? No albergo dudas. He vuelto mucho a este texto en las últimas semanas, preparando clases para el programa que impartiré en octubre. Lo siento un manifiesto, casi una causa. Te lo dejo aquí, con un enlace al video completo, al final.
Diseño ¿profesión u oficio?
Las casas, los pequeños puentes, los muelles y pilotes de Venecia se hicieron sin arquitectos. Todo hundía sus raíces en el entorno. Entonces llegaron los arquitectos y con ellos los grandes palacios de renacimiento. Todos ellos (palacios y arquitectos) desarraigados.
Estas palabras de Le Corbusier sintetizan una manera muy específica de entender el acto arquitectónico. No como un oficio, que repite y repite y repite, buscando perfeccionar su técnica, sino como una profesión que busca avanzar, cambiar y mejorar, que proyecta, que piensa e imagina, que toma ideas y las convierte en obras y que, al hacerlo, eleva la naturaleza humana.
Para Le Corbusier, la arquitectura es una fuerza de civilización. Por eso, su profesión debe tener un cierto grado de desarraigo, de romper con la norma, de salirse del rebaño.
¿Son sus palabras aplicables al diseño digital? Creamos los mecanismos para que la tecnología sirva a las personas de maneras más útiles y bellas. Pero… ¿Es eso un oficio… o una profesión? Y ¿cuáles son las implicaciones de entenderlo de una forma u otra?
Fontanería, albañilería, alfarería, relojería… Electricistas, impresoress, encofradores, costureras, reposteras…
Los oficios sostienen nuestro día a día. Algunos, además, atesoran una cantidad inmensa de saber, técnica y sensibilidad. En ellos está mucho de lo que fuimos y somos.
Al oficio lo define la la técnica y la obra. El aprendiz, por imitación y repetición, va perfecccionando su forma de hacer hasta dominarla por completo. El objetivo, la obra, el objeto, perfecto, igual a los que le precedieron, igual a los que vendrán.
A ejercer se aprende ejerciendo, cada día el mismo reto, dominando el método, los gestos, los movimientos, las herramientas… El proceso y el taller. De aprendiz a oficial y de ahí a la maestría.
El oficio cambia poco con el tiempo porque trabaja para reproducir el presente lo mejor posible, sea una instalación eléctrica o un cocido madrileño.
Cuando el oficio se ejerce bien, se le recompensa con más trabajo, que trae más dinero, conforme al convenio y la tarifa horaria.
Los oficios aseguran nuestro presente.
¿Es el diseño un oficio?
Quizás. O quizás a veces.
En ocasiones, el diseño consolida y reproduce. Muchas personas diseñan copiando, emulando y reproduciendo. Muchos profesionales de nuestro sector buscan la mestría en el método y la herramienta. “Sé usar figma mejor que nadie” dicen. Y en efecto, eso es maestría de oficio.
Pero… ¿Es acaso el diseño una fuerza para consolidar el presente, o aspira a transformar, a soñar y moldear trocitos de futuro?
La palabra oficio viene del latín Officium, que se compone de “opus” y “faccere”, obra y hacer. Sin embargo, la palabra profesión tiene su raíz en professio: “pro” y “fessio”: avance, acción y efecto. Si la primera se define por el objeto creado, la segunda se define por el movimiento que provoca, por el avance.
Medicos, ingenieras, científicos, arquitectas… El oficio se enfrenta repetidamente al mismo problema. La profesión se expone a problemas nuevos cada vez. Si el terreno del oficio es lo conocido, el de la profesión es precisamente lo desconocido.
Cada nueva tecnología, cada nuevo momento histórico, cada nuevo usuario, contexto, dispositivo… requieren de un nuevo ejercicio. El territorio del oficio está acotado y limitado, el de la profesión es infinito e interminable. Nunca acaba porque la humanidad no termina y el tiempo no se detiene.
Estudiar, analizar, idear, proyectar, ejecutar. Decía Charles Eames que el diseño es un método de acción: un ejercicio intelectual como el de la psicología o la sociología, pero que, necesariamente —y ahí está su diferencia respecto a las ciencias sociales— termina en actos. Proyecta, crea.
El oficio se sustenta en una manera de hacer y unas herramientas, técnica y tecnología. La profesión emplea técnica y tecnología, pero se define por la necesidad humana, no por sus herramientas.
Al ingeniero de caminos no le definen las excavadoras, le define la capacidad de resolver un problema de movilidad. A la arquitecta no le definen las hormigoneras ni los planos, su esencia, su naturaleza, está en resolver una necesidad de habitar. La pantalla, los botones, la interfaz, los artefactos... Son medios, no fines. Nunca te definas como diseñador de apps o diseñadora de webs. Las webs y las apps pasarán, las tecnologías evolucionarán pero las necesidades humanas seguirán ahí. Tu rol está con las personas, no con los artefactos.
Que le paguen por repetir una instalación docenas de veces es el éxito del oficial. Repetir un edificio docenas de veces es el fracaso de una arquitecta. ¿Cuál será tu éxito? ¿Te lo has preguntado?
Si el oficio se aprende en el taller y en la obra, la profesión lo hace en la biblioteca y el laboratorio. Aprender de lo pasado y experimentar con lo futuro. Toda gran escuela de diseño lo ha sido porque formaba a sus alumnos no sólo en la técnica, sino en el saber, no sólo en materiales, sino en economía, no sólo en lo metodológico, sino en lo político y lo social.
Si nada de lo humano nos es ajeno, no podemos permitirnos no estudiar lo humano. Tenemos tres mil años de literatura, conocimiento y saber a nuestra disposición.
Sin estudio sólo hay técnica.
Sin libros sólo hay presente.
Sin reflexión sólo hay repetición.
A diseñar se aprende diseñando, dirán algunos. Y desde luego, la técnica y el ejercicio son necesarios, pero no suficientes:
A diseñar se aprende estudiando.
A diseñar se aprende investigando.
A diseñar se aprende proyectando.
A diseñar se aprende simulando.
No es mejor médico el que más gana ni el que más trabaja, sino el que cura lo que parecía incurable. No es mejor chef la que cocina comida para doscientas personas, sino la que lleva lo gastronómico de lo sensorial a lo emocional y de lo culinario a lo cultural.
Nuestro éxito no se paga con dinero. No aspiramos a más trabajo, sino a mejor trabajo. No a más volumen, sino a más trascendencia. Nuestro trabajo es intelectual y nuestra moneda es el reconocimiento. Por eso, nuestro estado natural es de cierto desarraigo.
Y por eso, quienes entienden esta profesión como un oficio, se exponen a la irrelevancia, se arriesgan a ser sustituidos por personas que cobren menos haciendo lo mismo. O peor aún: ser reemplazados por máquinas que tarden menos haciendo más.
Por eso, quienes entendemos el diseño como una profesión, nos sumergimos en el saber para que nos eleve sobre el pasado y poder, con cada proyecto y con cada decisión, ser nosotros quienes moldeemos trocitos de futuro.
Me quedo con ese “ O quizás a veces.” Y con la sensación de desarraigo.
Me gusta mucho la reflexión y creo que la comparto al 98%.
Qué interesante, Javier. Me pregunto si no hay cierto sesgo elitista, quizá inevitable, en el elogio a las profesiones frente a los oficios, pero estoy contigo: Es la innovación rompedora lo que nos distingue, nos hace trascender, aunque sea un poquito. Y ella es la que puede traer reconocimiento - a veces póstumo - y también dinero - a veces tarde. Toda una declaración en tiempos de automatización algorítmica. Me la quedo para mis alumnos ingenieros.