1963-2025
Llevo meses retrasando esta historia; no sé en qué orden contar todo lo que ocurrió. Se conectaron muchas cosas de golpe de forma casi mágica.
El 28 de abril, a media mañana, entra José María Álvarez-Pallete en el Instituto Tramontana. Va a grabar el segundo episodio de Close & Personal, el podcast de Miguel Arias. Llega sereno, ya liberado de sus responsabilidades como presidente de Telefónica, pero aún con su característico traje azul marino y su camisa de blanco inmaculado, sin corbata, bien almidonada. Hay personas que, sin esfuerzo aparente, proyectan limpieza. No solo en la ropa: en el gesto, en el olor, en la forma de hablar. Pallete es de esos.
Empiezan a rodar cuando, de repente, se apagan las lámparas. Un silencio extraño. El murmullo del aire acondicionado ha cesado. Los ordenadores tiran de batería.
Primero desconcierto, después temor y dudas. Las redes de telefonía y datos empiezan a fallar. ¿Qué está pasando? ¿Hay noticias?
Alguien señala una radio.
Es una Braun T1000, la tenemos en exposición en el Instituto Tramontana. Está al lado de un proyector, también de Braun, y de una Olivetti Valentine. Presentada en la gran exposición alemana de radiodifusión de Berlin, en 1963, es la Capilla Sixtina de Dieter Rams, su novena sinfonía, su Odisea en el Espacio.
Todos la miran, tratando de averiguar si servirá. Sus diales abruman, casi intimidan. Su piel es de aluminio pulido, el mismo que empleó Apple décadas después. Es fría, técnica, casi de laboratorio. MHz, KHz, Bandspread, Ferr. Ant… Sus botones, sus funciones, todo se manifiesta en una terminología críptica, reservada para iniciados.
Sin embargo, en esa frialdad hay proporción, orden, armonía y mucha presencia. Intimida en su silencio. T1000, como el terminator de metal líquido de Skynet.
Nadie del Instituto la recuerda en marcha.
¿Funcionará?
Alguien levanta una palanca: ON.
Una voz femenina asoma tenue. Gana cuerpo y volumen.
¡Funciona!
Apagón en toda España. Ahora lo sabemos, gracias a unas baterías que llevaban ocho años esperando su momento y a una radio de 1963, el mismo año en que nació Pallete.
La radio pesa. Mucho. Son ocho kilos y medio de metal, difícil de mover, aunque tenga asa.
Alguien asoma con un viejo transistor en la mano. Su diseño es anodino, de plástico metalizado, muy de la época, de esos que te encuentras en cualquier mercadillo de segunda mano. El aparato va protegido con una funda de cuero gruesa y basta que cuesta retirar.
Entre tanto icono del diseño, cuesta entender qué hace esa radio en el Instituto. “Cañada sabrá por qué la tiene aquí”.
También funciona.
El mediodía da paso a la tarde y poco a poco, entre el sonido frío de la T1000 y la calidez metálica del Vanguard, todos siguen lo que ocurre.
Al día siguiente me cuentan que las radios mantuvieron al Instituto conectado.
— ¿Qué radios usasteis?
— La Braun y uno de los transistores de la estantería blanca.
No me queda claro a cuál se refieren, hay varios. Me mandan un video y lo identifico.
Una vibración me atraviesa el pecho. Noto un calor formándose en mi pecho y brotando hasta mi piel, que se eriza al instante.
¡Ese Vanguard Samos también es de 1963!
Pero el azar —o lo que sea esto— todavía no ha mostrado su última carta. Hay un motivo para que ese transistor esté en el Instituto.
Hace veintiún años recibí una llamada inesperada:
— He leído el libro que ustedes publicaron y quiero que custodie algo por mí.
Ese señor se refería a mi capítulo sobre diseño y radios en el libro “La experiencia del Usuario” y quería hacerme un regalo con mucho valor sentimental. Pero quería dármelo en mano. Tenía que ir a su casa a buscarlo. A Zaragoza.
No me quiso contar más por teléfono, así que llené el depósito del coche y enfilé la A2.
Me encontré con un hombre mayor, algo cansado, cargando maletas en el coche familiar. Me apartó como si fuese a contarme una confidencia.
Me contó que pasó sus años de servicio militar en el Dédalo, un porta-helicópteros que la Armada española compró a EE.UU. y que dio servicio hasta 1989. Las noches de guardia en cubierta eran frías y solitarias, interminables. Un transistor le salvó la vida. Sí, ese transistor.
Para resguardarlo del aire salino, le hizo una funda con el cuero que se empleaba para proteger los rotores de los helicópteros.
— Quiero que lo guardes tú. Mi familia no entiende el valor de estas cosas. Tú sí.
También me entregó una pareja de walkie-talkies antiguos. Estaban abollados, con la pintura saltada en las esquinas y el metal fatigado como un par de soldados jubilados.
— Yo he trabajado toda mi vida en la Telefónica, ya sabes, una vida entera dedicada a la empresa. He visto nacer los móviles, internet…. Pero lo más grande que yo he hecho allí fue instalar el tendido de la primera línea que cruzaba la península, de norte a sur, sin pasar por ninguna centralita humana. Un cable entero de Tarifa a Irún.
Los ojos se le iluminaban al hablar. Se podía notar el orgullo hasta en su postura, ahora más erguida. Continuó:
— Lo hicimos nosotros ¿sabes?, subiendo a cada poste y tendiendo hilo, metro a metro. Esta es la pareja de Walkies que usábamos en mi cuadrilla. También llevaba mi radio, claro. Estas cosas no valen nada en el mercado, pero yo sé para lo que sirvieron y para mí tienen mucho valor. Tenlos tú, que sabras apreciarlos”.
Ayer lo confirmé: Sharp CBT-14.
Sí: lanzados en 1963.
El podcast se terminó de grabar días después. En él, Pallete habla mucho del compromiso, de la vocación de servicio. De Telefónica hacia la sociedad española y también de los empleados hacia la compañía, durante toda una vida. Ese hombre, ya mayor, pero aún orgulloso, era uno de ellos.
El 28 de abril, la radio trazó dos conexiones en el Instituto. La primera fue necesaria e inmediata: informar a la gente que estaba allí de lo que estaba pasando. La segunda pasó desapercibida en el momento:
Unos transistores, unos walkies… Trocitos de la historia de las telecomunicaciones en España. Todos nacidos en 1963, igual que José María Álvarez-Pallete, el último presidente “de la casa” en Telefónica.
Llevaban décadas en silencio, pero ese día —justo cuando la luz se va, interrumpiendo a Pallete— vuelven a sonar. Como si las máquinas sellaran un pacto entre generaciones.
Una nota aparte
En octubre iniciamos, en el Instituto Tramontana, un programa para que personas con roles de gestión y directivos aprendan los códigos del diseño y la narrativa. Lo hemos llamado Liderazgo Creativo y Visión de Diseño. Cuando la IA conquista el territorio de la funcionalidad y la optimización, necesitamos líderes que sepan articular mediante la evocación y la emoción.
El programa se apoya en una guía manifiesto con las ideas más importantes y un dossier donde se describe, con detalle, el contenido académico y todos los aspectos del programa. Serán 20 sesiones, los jueves de octubre a abril, con algunos de los mejores expertos en diseño, sonido, iluminación, narrativa, creatividad, arte, publicidad, arquitectura y empresa.
Si te interesa, escríbeme respondiendo a este correo cuanto antes, quedan pocas plazas y se termina el periodo de matrícula con descuento.
Aun sabiéndome la historia, me has emocionado de nuevo.
Emocionante!!! Como hija de mis tiempos, entiendo a cabalidad lo que significa "ser pioneros en tecnologías"... pero tu calidez al narrar tu historia lo hace vívido para todos quienes te leemos!!!!
Gracias totales!